jueves, 14 de febrero de 2013

De la Plataforma de trabajadores de la Seguridad Social de Málaga al señor Rosell, presidente de la patronal y menospreciador de lo público:

Trascribimos una nota de la de la plataforma de trabajadores de la Seguridad Social de Málaga al señor Rosell, presidente de la patronal y menospreciador de lo público:


Sus declaraciones de estos días merecen que –en nuestra condición de ciudadanos, trabajadores y funcionarios– le traslademos algunas apreciaciones.

Descalifica usted la labor de un organismo público, el INE, cuestiona la veracidad de los datos de paro aportados por la Encuesta de Población Activa (EPA), y frente al criterio fundamentado de economistas y expertos en el mercado laboral y el aval de varios organismos internacionales, no aporta más que sus creencias personales, en un discurso plagado de datos erróneos y contradictorios. Con todo, lo destacable es que –aún suponiendo que tuviera usted razón– la cifra de cinco millones de desempleados ya sería escandalosamente inadmisible.


No le parece a usted necesario reflexionar sobre la implicación de algunos de los nombres del colectivo que representa en los casos de corrupción que estos días se airean, ni sobre la existencia de tramas organizadas que durante años han ligado la cúpula empresarial y política de este país para utilizar los votos y los impuestos de los ciudadanos en aras de un desmedido lucro personal. No aporta tampoco ninguna propuesta al gravísimo problema de la destrucción de empleo más allá de seguir consolidando su precariedad con contratos para jóvenes “aunque sean de una hora” (¿para cuándo los que se cuenten por minutos?); abunda, en este sentido, en la línea preconizada por algunos otros empresarios –como su predecesor, el encarcelado señor Díaz Ferrán– que proponen que el problema del desempleo lo solucionen los trabajadores renunciando a sus derechos económicos y laborales; o el imaginativo Grifols, que encontraba que los parados podrían muy bien llegar a fin de mes si vendieran su sangre. Su menosprecio de lo público, compartido abiertamente por el actual Gobierno, le lleva a recomendar que los funcionarios (no acaba de decidirse sobre si sobramos 300.000 o 400.000) nos vayamos a casa con un subsidio en vez de quedarnos en nuestros puestos “consumiendo papel, teléfono y tratando de crear leyes”.


Los funcionarios de este país, señor Rosell, no aceptamos subsidios, ni prebendas, ni sobresueldos, ni regalos bajo cuerda. Los funcionarios, que accedemos a nuestra plaza tras la superación de pruebas objetivas regidas por los principios de transparencia, equidad e igualdad, representamos la garantía de que esos mismos principios se apliquen a través de nuestro trabajo al conjunto de los ciudadanos. Los funcionarios, señor Rosell, no consumimos papel y teléfono, los utilizamos cada día para enseñar a sus hijos, curarle cuando está enfermo, defender su seguridad y sus derechos en los tribunales o concederle la pensión de jubilación. Una pena que no podamos tramitarle la prestación por desempleo. Finalmente, señor Rosell, lamentamos que no tenga claro el funcionamiento básico de las instituciones del Estado, y hemos de recordarle que nosotros no “creamos las leyes”. Desgraciadamente, confiamos con nuestros votos en que nuestros representantes encargados de legislar desarrollen, cumplan y hagan cumplir las leyes que nos protejan a todos; aunque la realidad nos viene demostrando que lo único que parece interesarles es utilizarlas para estafarnos y privarnos de nuestros derechos básicos –el empleo entre ellos– en connivencia con muchos de los ejemplares empresarios de los que a usted no le interesa hacer memoria.


Probablemente, tras su desconfianza por lo público se esconda la intención de ampliar unas líneas de negocio que –desprovistas ya de esas molestas trabas de transparencia, igualdad y equidad que lo público garantiza– le permitan acumular beneficios a costa del trabajo cada vez más precario y peor pagado de trabajadores completamente indefensos.


Le prometemos que haremos lo posible y lo imposible para que eso no ocurra. Y coincidimos plenamente con su afirmación de que en este país “hay grasa en todas partes”. Basta mirarle.